No hay nada que despierte tanto mi costado facho como los acampes. Existen pocas cosas que deteste como esa aglomeración de carpas que invaden el espacio público y entorpecen el desarrollo normal de la vida en comunidad. Que más allá de las molestias prácticas que generan, afean la ciudad. Hasta los turistas, cuando los toman con sus cámaras como un recuerdo pintoresco tercermundista, huyen una vez que el vaho a cuerpos sucios los empieza a marear. Es una vergüenza que los políticos, por pura demagogia, no manden a la policía a reprimir.
Desde luego, no estoy pidiendo represión a los reclamos sociales. Puedo comprender sus motivaciones. Hablo de la pasividad de las autoridades en la previa de los recitales de Harry Styles del tres y cuatro de diciembre de 2022 en el estadio de River Plate. O mejor dicho, de su inacción en la previa de la previa. Aquella en la que desde el mes de junio, unos ciento cincuenta días antes de los shows, empezaron a gestarse asentamientos permanentes en las veredas cercanas al club. El de entusiastas en carpas de camping y sillas playeras alineados en fila por orden estricto de llegada. Todo a fin de reservar el privilegio de ser los primeros en ingresar al campo el día del show. Repito, rancheando desde casi seis meses antes. Medio año de vivir como indigentes sin necesidad alguna, al solo efecto de ostentar fanatismo. No solo una actitud que roza lo irrespetuoso hacia aquellos en situación de calle real, sino algo que cualquiera que haya ido a más de tres recitales sabe que en la práctica es totalmente inútil. Porque siempre abrirán primero el acceso por otro lado; o porque el operativo de seguridad desviará la entrada retrasando a los acampantes frente a la masa de público; u otras docenas de eventualidades que posiblemente hagan de su epopeya pretendida un sinsentido. Eso sin contar lo que es obvio. Que aunque los ultra-fans puedan atravesar al trote la cancha vacía, para luego pararse pegados al escenario con sus banderas en alto al viento, más temprano que tarde serán desplazados por el movimiento colectivo de la multitud. Así, disfrutarán de una ubicación similar a la de cualquier Juliana o Eugenia, con la diferencia de que ellas salieron a las tres de la tarde de su casa en Haedo para llegar en horario al show. Es más, casi con seguridad hasta quedarán en un lugar peor. Porque en contraste con estas chicas sensatas, el cansancio acumulado por meses de incomodidades les arrastrará poco a poco hacia el fondo del campo, al lado de las tribunas, ahí donde se suelen parar los padres que llevan a niños pequeños. Terminarán empujados hacia ese sector donde el espectáculo se ve solo a través de las pantallas y se escucha abombado y a destiempo. Cuando pienso en esto siempre me acuerdo de mi amigo Guille, hincha fanático de River, con mil partidos a cuestas ya a los quince años: «Si sacás popular para un recital en el Monumental, al artista lo ves igual de grande que al “Abuelo” en la tribuna de enfrente cuando viene a jugar Boca». Esto en referencia a la dimensión enorme del estadio, agigantada por la pista de atletismo, tan inconveniente para vivir un concierto. Tanto esfuerzo para tan poco, Marisol arroba ilovestyles98 en Instagram…
Esto no pasaba antes. Sin caer en la falacia avinagrada de que todo tiempo pasado fue mejor, puedo asegurar que estas tolderías son cosas de unos años para acá. Quién sabe fruto de una importación mal argentinizada de modas globales, como ser la de las esperas de los gringos frente al local de Apple previo el lanzamiento de un modelo nuevo de iPhone. O por el reestreno en salas de algún clásico del sci-fi, que también reúne antes de la proyección a los nerds aburridos del primer mundo. Pero en ninguno de estos casos por un plazo de meses, ni siquiera de semanas. Y nunca en condiciones sanitarias inviables.
Digo solo que es cosa nueva y no que en los noventa las costumbres locales fueran más civilizadas. De hecho, recuerdo que Laura, la hermana menor de Guille, nos contó de las atrocidades que vio por entonces en un recital de Luis Miguel en Vélez. En general, yo no tengo ningún tipo de pudor respecto del uso del lenguaje explícito, menos aún cuando es a fines descriptivos. Pero en este caso, las imágenes que vienen a mi memoria son tan fuertes que prefiero aferrarme a un eufemismo. Desde su lugar de espectadora y testigo involuntaria, Laurita había presenciado cómo varias otras chicas habían atendido al llamado de la naturaleza sin moverse de su lugar, al solo efecto de no perder su ubicación en el campo. Guille y yo, que un tiempo atrás habíamos ido a ver a Obras a la banda de thrash-metal Pantera, quedamos boquiabiertos y horrorizados ante lo escatológico de su crónica. El espectáculo de nuestro gusto, en los papeles mucho más propenso a conductas marginales, era casi una gala de ballet para diplomáticos frente al comportamiento de algunas de las seguidoras del cantante de boleros pop. Dicho esto, los acampes pre recital parecen no ser más que una forma moderna de perpetuar la inmundicia con raíces muy anteriores al emplazamiento de la primera carpa iglú.
Limitar el objeto de ese tipo de campamentos a lo relativo al orden de ingreso al estadio es un error. Es al menos parcial. Sin dudas, hay un porcentaje altísimo de liturgia pagana en el hábito. Una especie de vigilia con la cual cumplir, durante la cual preparar cuerpo, mente y espíritu para la ceremonia pop, representada por el momento del show. Una ofrenda para celebrar la aparición y posterior adoración de la deidad en el cuerpo del artista. Ésta es la parte del sacrificio que más intriga me produce. Tengo una serie de preguntas sobre las que tal vez algunos de ustedes me puedan ilustrar: ¿Cuál es la reacción típica de padres, amigos y parejas? ¿Cómo se aseguran la subsistencia económica durante el plazo del acampe? ¿Por qué éste es un fenómeno en su mayoría femenino? ¿No llega un punto en el que se aburren? ¿Hablan entre sí de otra cosa que no sea del ídolo? ¿No terminan detestándolo? Es mucho tiempo. Sean seis meses o tres. O una semana. Mucho tiempo, tanto como para escribir tres biografías de Harry Styles y de sus cortos veintitantos años de vida. Y eso que estamos hablando por lejos de uno de los artistas mainstream más talentosos de su generación. Esto sucede a menudo, meses más, meses menos, solo cambiando el nombre del cantante y del estadio.
De lo poco que sé, es que el artista es accesorio. Y que ningún equipo de producción es responsable. Que no hay truco de marketing por el que desde la industria de la música se fomenten este tipo de rituales. El entretenimiento capitalista necesita de lo mismo desde que los Beatles bajaron de un avión frente a centenares de teenagers boomers gritonas. Por eso los medios nos mostraron a los admiradores de Soda Stereo trepados a los autos oficiales mientras que los llevaban a un hotel en Caracas. El negocio exige siempre el mismo guión excitante, repetido en el tiempo y hasta la actualidad con distintas estrellas pop como protagonistas. Es cierto que el público juega su papel, que es parte necesaria del fenómeno. Incluso en los disturbios, cuando aportan al escándalo. Pero en todos los casos siempre se lo explota en escenas de fervor, adrenalínicas. Nunca en forma de gente en joggineta tomando mate por seis meses.
Pensado como algo reñido con la lógica de los negocios, el acampe es casi contracultural a la globalización. En esa línea, se me consolida la idea de que tiene mucho más que ver con el costumbrismo y con la tradición. ¿Será el culto a San Cayetano, tan popular en nuestro país, el que promueve esta versión vernácula particular de preparación para un concierto? ¿O es la expresión definitiva del ser argentino del siglo veintiuno? Este tema merece al menos un par de capítulos de un programa de investigación por TV. O que vuelvan los milicos.
Un sinsentido acampar…… aunque lo he hecho!!!!! JJAJJAJAJAJA
U2 en La Plata, llegamos 8 de la mañana, NOS NUMERAMOS EN EL BRAZO CON FIBRONNNNNNNN y cuando abrieron las puertas entraba el colado nro. 8563, al lado del nro. 25, al lado del sin numerar…… Encima llovió, compramos nylon transparente para no mojarnos (obvio nos mojamos igual), ni recuerdo qué comimos ni si fuimos al baño pero en fin….. la anécdota nos queda…… y el éxito de nuestro acampe fue rotundo porque entramos al Inner Circle y vimos a Bono ahí nomas 😉
Nunca más lo hago igual he!
Ahí está. No hace falta pernoctar para conseguir lugar preferencial. El resto es puro fangirlismo. Eso sí, lo de los brazos numerados es poco feliz… Se ve que alguno de la organización vio la Lista de Schindler y le pareció un método fantástico de contar personas (?)